Soy Juan Hernández, soy residente PIR de cuarto año y me siento frustrado.
No se me ocurre mejor manera de comenzar este texto que describiendo mi estado actual. No todos me llaman Juan, no siempre me siento residente (ni psicólogo si me apuras) y desde luego, no siempre estoy frustrado. No obstante, el que escribe es ése. Voy a intentar no ser políticamente correcto; prefiero transmitir mis ideas sin cortapisas, lo menos condicionadas posibles por cómo le sentará a aquél o aquélla, o a cómo se me pueda llegar a percibir como persona. No hago esto por visibilidad, lo hago como un ejercicio puramente de rebelión, de inconformismo, de sacudirme de alguna manera algunos de los pesos que la residencia me está generando.
Cambié de profesión a los 28 años. Sacrifiqué tiempo, sueldo y relaciones por ser psicólogo. Se me puede ver como a un idealista que se encuentra en un mundo que dista mucho de lo que espera debiera de ser. No me identifico entera y únicamente con el rol de psicólogo, pues tengo intereses en otras disciplinas como la Filosofía, la Pedagogía o la Política. Es posible que todo esto me dé algo de distancia y me permita criticar sin mucho pudor todo cuanto veo injusto o cutre de nuestra profesión, y es prácticamente todo. Todo cuanto diga a partir de ahora obedece, principalmente, a un sentimiento de frustración y desesperanza constantes respecto de nuestra disciplina. Por una vez me permitiré ser pesimista y agorero; me apetece. Hablo como residente con poco más de 3 años de experiencia. No pretendo ser excesivamente riguroso, prefiero, por esta vez, transmitir impresiones que aseverar con precisión clínico-legal. Me aventuraré por territorios que no controlo, esgrimiendo el derecho a cambiar de opinión y evolucionar cualquier de las posturas aquí descritas. Tómese este texto como una fotografía a día 1 de septiembre de 2019.
No hay nadie al volante
Un despropósito desde la misma preparación al examen PIR. Desconexión total entre el mundo académico y la práctica clínica en todos los sentidos. De entrada, parece poco serio todo, pero la ilusión por sacar plaza nubla la posibilidad de percatarse esa negligencia compartida entre ministerios. ¿Cuántas personas se preparan el examen, invirtiendo el equivalente en horas a otro grado universitario, y se quedan atrapados en un limbo personal y profesional? ¿Quién responde ante eso? ¿A quién le preocupa? El PIR, tal y como está planteado actualmente, no es sólo un embudo, es una pasarela con un foso enorme debajo. Quienes quedan al otro lado o caen pasan a ser enemigos de los gladiadores afortunados. La paradoja es la siguiente: a los ganadores se nos acusa de querer asegurar el botín, de no repartirlo, cuando somos los únicos que actuamos para ensanchar la pasarela, pues no es un botín lo que se salvaguarda, es un incendio que nos sobrepasa y para el que necesitamos ayuda.
La distancia entre universidad y residencia es salvada por academias privadas que se encargan de guiar a estudiantes descarriados y desorientados. Es decir, nos hemos basado en un modelo médico de residencia sin calcarlo íntegramente. Nadie más que los PIRes y algunos psicólogos clínicos parecen creer en la formación sanitara especializada. Un PIR sin preparatoria durante el grado no tiene mucho sentido; de ahí la necesidad de crear figuras intermedias o paralelas (según entienda cada cuál) para aquellos que no consiguen cruzar la pasarela, que son muchísimos. La defensa del itinerario Grado-Máster-PIR tampoco resuelve esto que señalo, casi lo empeora. Aunque ese itinerario pueda blindar nuestra categoría profesional, evitando futuras degradaciones, no añade mejora alguna sobre lo formativo. ¿Quién se encarga de corregir esto? ¿A quién quejarse? ¿Con quién contar? ¿Nos contentamos únicamente con tener nuestra especialidad o nuestra generación pretender hacer algo más?
Por otro lado, el MUPGS parece maquillar esa distancia entre universidad y clínica, pero es puro espejismo. Es todavía más perverso y chapucero que el Sistema PIR. Un máster que te habilita para qué exactamente. “El PIR de la privada”, genial. Cualquier estudiante crítico que se crea la psicología clínica verá por lo menos incongruente que para realizar el mismo trabajo la formación y los requisitos sean tan distintos. De nuevo aquí la gente socialmente comprometida sentirá algo de disonancia al defender un sistema de formación y de atención enteramente privada y tendrá, o debería tener, dificultades para defender un sistema que se aleje de las otras formaciones sanitarias, las cuales pretenden garantizar una atención al paciente de forma universal y gratuita. Aquí las limitaciones del sistema público suelen servir para ensalzar las aparentes virtudes de la práctica privada, dejando en segundo lugar esos principios socialdemócratas y dando por sentado que las limitaciones del sistema público, o no nos conciernen a todos o únicamente a los que participan directamente en él. Valga el manido “la pública está tan mal que debe haber otra solución”, expresando de esta forma la falsa urgencia del que no sabe ver más allá de sus necesidades y pretende aplacar el drama asistencial con un pretendido sistema privado infalible, en principio de garantías, y con la por lo menos misma calidad que la del sistema PIR. Ridículo también el “hay mejores profesionales en la privada que en la pública”, dejando en evidencia al que lo arguye, pues: i) no entendió las falacias argumentales de asignaturas de primero de licenciatura; ii) parece tener un sistema de evaluación entre profesionales, infalible y basado, imagino, en un ojo clínico especial o en un criterio arbitrario tipo número de másteres en el cv; y iii) no es consciente de que el propósito del sistema es garantizar unos mínimos, no el asegurar un corte absoluto de calidad entre los que entran en él y los que no. No hablemos ya de las luchas internas sobre neuropsicología, escuelas/acreditaciones en psicoterapia, el papel del COP, de los ministerios involucrados y de las facultades de psicología.
A quien le preocupe que en el sistema actual Freud no pudiera trabajar como psicólogo clínico en la sanidad pública que se ponga manos a la obra y empiece a luchar por cambiarlo, pero desde dentro, sin atajos mentirosos ni soluciones aparentes y embaucadoras, pues sólo conducen a derroteros que generan más confusión. Si se defiende un sistema liberal, muy legítimo por otra parte, hágase abiertamente y de forma coherente, sin que obedezca a intereses particulares en un momento dado. Defender cualquier tipo de formación privada como suficiente y reclamar espacio en el ámbito público es incompatible. Lo contrario no lo es, pues en eso consiste la regulación e intervención del estado. Insisto, si no se está de acuerdo con esta intervención estatal ha de denunciarse en primer lugar, y no retorcer todo el sistema a su conveniencia.
Los Psicólogos Clínicos vía PIR y sus representantes, como no podía ser de otra forma, también son criticables. Desde luego ninguna especialidad o ley otorga, per se, inmunidad o superioridad de ningún tipo en cualquier de los debates que se dan en la actualidad. Y así debe asumirse. Nunca un argumento puede tener forma de ley o título (¿cómo si no se creó en primer lugar la misma especialidad?); la jurisprudencia dejémosla para los tribunales. La formación PIR y el sistema donde se da son analizables y criticables. El no permitir la discrepancia “interna” tiene un nombre, el no aceptar la “externa”, otro. Hablaré de esto con más detalle en uno de los siguientes epígrafes de este mismo texto.
Uno de los elementos más criticables a los integrantes del colectivo pro-PIR es que parecen preocuparse, principalmente, por su exclusividad en el ámbito público, defendida mediante la formación privilegiada de la residencia y la titulación de especialista a la que da lugar. El problema viene cuando se les pregunta sobre su preocupación por el ámbito privado. En este punto ya no son tan vehementes, pudiendo ser mucho más flexibles, trabajar tranquilamente con compañeros no clínicos realizando las mismas funciones y dando a entender que los pacientes de uno y otro ámbito precisan de regulaciones distintas. Algunos señalan que hay diferencias en la demanda, que no hay “trastorno” en esa atención privada. Ceguera voluntaria absoluta. Todo lo que no llega atenderse en la sanidad pública en unas condiciones terapéuticas mínimas, que es mucho, se atiende en centros privados de todo tipo, de ahí su proliferación progresiva en los últimos años. Recuérdese la cantidad de centros existentes para el tratamiento de las drogodependencias o el de problemas psicológicos que se dan en población infantojuvenil (TCA, Trastornos de Conducta, TEA), sólo por poner algunos ejemplos flagrantes. De esta manera se crean sistemas “doblados” y en muchas ocasiones descoordinados. Si se omite o minimiza esta problemática lo que se da a entender, de nuevo, es que se está por la defensa de intereses colectivistas (puesto de trabajo en el ámbito público), no de la población a la que se atiende.
Todos estos debates los he vivido desde los primeros meses de residente, en asambleas de mi colegio profesional (COPC), entre colegas adjuntos, con estudiantes del MUPGS, de másteres de neuropsicología, etc. Una buena bofetada de realidad y desconcierto que uno se lleva de entrada al observar tanto desconocimiento, y de la que sigo sin recuperarme. Para un ingeniero venido de nuevo todo esto es esperpéntico, pero lo peor de todo, a pocos parece preocuparle, y si lo hacen es en la más entrañable intimidad de su Ser. Si hay alguien al volante ni se le conoce, va algo perjudicado y no informa a los pasajeros ni de la ubicación actual ni del destino.
Independencia de la psiquiatría
Todos los asuntos que he ido citando hasta ahora son minucias, nos peleamos por un juguete roto. Los padres ni siquiera saben de nuestros problemas, ni les interesa conocerlos. Evidentemente nuestros padres son la mayoría de coordinadores, jefes de servicio, directores médicos y gerentes. Mientras no nos ganemos nuestro propio espacio no resolveremos muchos de nuestros problemas. Lo peor de todo es que posiblemente no estemos preparados para tal independencia, por el momento necesitamos del cobijo de la parte más desprestigiada de la medicina, la psiquiatría. Pregúntese el/la lector/a psicólogo/a si estaría dispuesto/a a coordinar/gestionar un servicio, a tener la responsabilidad de dar altas/bajas y/o a decidir sobre los ingresos hospitalarios. Si la respuesta es “no” a las tres cuestiones asuma con deportividad la derrota, no se queje más. No hable más de lo poco que le gusta el diagnóstico psiquiátrico, la sobremedicación, las contenciones mecánicas, las frecuencias de visitas, los criterios de facturación, etc. Todos estos asuntos están en manos de gente que sí quiere esa responsabilidad de decisión. Lo más que puede hacer es hacer su trabajo con diligencia y evitar esos obstáculos como pueda. Señalar esos factores como excusa para no poder hacerlo le puede dejar como hipócrita.
Póngase un ejemplo ilustrativo. ¿Qué profesional se encarga de atender en urgencias? ¿Quién decide el ingreso hospitalario de los pacientes? ¿Quién decide, normalmente, el alta de estos ingresos? El corazón de la salud mental está gobernado por residentes y médicos psiquiatras, con poca o nula capacitación para llevar a cabo una entrevista sin tener en mente el informe a rellenar y con poquísimas herramientas psicoterapéuticas. A menudo, cuando se debaten estos casos, son los mismos psicólogos los que justifican que esto sea así, minimizando la importancia y oportunidad terapéutica que implica el atender en esos momentos de crisis, y que a la postre, podría incluso servir para diseñar el proceso ulterior en la comunitaria. Y lo que es peor, ni nos preocupamos por pensar o defender modelos alternativos a éste.
Nuestra identidad como psicólogos (antes de clínicos somos psicólogos) queda diluida por este fenómeno. Seguimos sin tener entidad propia, estamos sometidos al hacer psiquiátrico, que en su hacer general es ciego y sin alma. Perdemos nuestra condición de fisiólogos, filósofos, científicos y agentes de cambio (terapeutas si se quiere). Esos lugares pasan a ocuparlos neurocientíficos o psicoterapeutas que realmente unen con gracia estas áreas. En la práctica somos psiquiatras sin conocimientos de medicina, acomplejados por nuestro origen y buscando en las diferentes formas de psicoterapia el salvavidas definitivo, demostrando por otro lado nuestra negligencia histórica.
Debe ser por mi pesimismo actual, pero veo peligrar la Psicología Clínica tal y como yo la entiendo. Alejados de la Psicología académica y las escuelas de Psicoterapia, ¿qué nos queda? (los dos por motivos distintos) Una disciplina es básicamente historia, si nos mezclamos y confundimos con la Psiquiatría la perderemos. No nos confundamos, la psiquiatría no es una ciencia propia, bebe de todo como le place (psiquiatría transcultural, psiquiatría biomédica, psiquiatría psicodinámica, etc.), usando los apellidos que convengan para camuflarse de algo que no son. Pasamos a hablar su jerga, empezamos a estudiar textos clásicos psiquiátricos y nos olvidamos de los clásicos de la psicología, nos convencen de que existe una única psicopatología y que son ellos los abanderados, que tienen la potestad auto-atribuida de formarnos y de diseñar las instituciones de salud mental bajo criterios muy alejados de concepciones propias de la Psicología.
Señalar que se conoce a buenos psiquiatras denota no comprender que el sistema entiende del hacer general y no del particular, que una golondrina no hace verano si uno prefiere acudir al refranero popular, y que los buenos psiquiatras pierden su condición de origen y pasan a ser buenos psicoterapeutas. En muchas ocasiones, incluso de esta manera, nada tiene que ver con la práctica diaria que acaban realizando. En realidad, son buenos psiquiatras en apariencia, pues la mayoría con formación psicoterapéutica (que no psicológica) acaban ejerciendo su profesión exactamente igual que sus pares mediocres. “Un buen psiquiatra” es más peligroso que uno malo, pues en cierta manera nos hace prescindibles, y no es por defensa colectivista ciega, si no por convicción de que nuestra formación previa, aunque insuficiente, es necesaria. Es posible que tenga un sesgo por mi corta experiencia, pero en mi entorno sólo me he encontrado con malos farmacólogos. ¿Alguien puede decirme las semejanzas entre Bleuer, Henry Ei, Kraepelin y los hacedores de informes irrisorios y los que aplican algoritmos farmacológicos que podría aplicar un mono ebrio?
La antipsiquiatría no necesita de análisis sociológicos para ser efectiva. No es necesario denunciar lobbies farmacéuticos ni señalar intereses de control social. Lo pernicioso de la psiquiatría y los sistemas diseñados por éstos se observa en los detalles, en el día a día. Una manera de valorarla y criticarla, es analizar la interferencia que ésta ejerce en todo proceso de cambio que se quiera impulsar en la persona que demanda ayuda. La medicación, el ingreso, el lenguaje y formato usado en los informes, el setting terapéutico, la forma en la que se coordinan los casos y la jerarquía en la toma de decisiones serán factores antiterapéuticos en la medida que interfieran con lo que uno cree que es un proceso terapéutico. Como en esto último tampoco nos acabamos de poner de acuerdo la cosa se complica. Sólo digo que todos esos elementos, en la mayoría de centros, interfieren necesariamente sea el enfoque psicoterapéutico que se utilice, y son estos los denunciables. Nos podemos perder en asuntos sociológicos, la cuestión es que no es necesario para poder modificar o acabar con la psiquiatría actual. Cualquier sistema que lo remplace podrá ser acusado, por ejemplo, de abuso de poder con intereses sectarios; lo que se busca es uno que gane la partida en el nivel individual de atención, con resultados demostrables y compatibles con los valores predefinidos por ese nuevo sistema (los que fuere).
Psiquiatría, Psicoterapia y formación PIR
Un sistema de formación no es independiente de la institución donde se imparte, por la tanto es imposible valorar la calidad de la formación PIR sin tener en cuenta que se desarrolla a imagen y semejanza del sistema MIR, es decir, un sistema por rotaciones en un hospital (psiquiátrico, en el caso de los monográficos). El peaje que pagamos por haber entrado como Formación Sanitaria Especializada es, entre otras cosas, el no ser especialidad para nada. Me explico. Rotaciones de 3-4 meses (de media) por fuerza no constituyen especialidad ninguna, es imposible. Si uno no se forma en paralelo de alguna forma durante esos 4 años acaba la residencia con la sensación de que ha visto muchos pacientes y muchos adjuntos (en ocasiones de varios enfoques) pero no sabe de nada mucho. Para muchos esto constituye la principal fortaleza del PIR, para mí la mayor debilidad.
Siguiendo el razonamiento por especialidades, y por analogía, ¿cuántas especialidades harían falta en Psicología Clínica sabiendo que, por ejemplo, el sistema digestivo ya merece una por sí mismo? Si queremos anclarnos a este sistema médico, ¿nadie se ha parado a pensar que una sola especialidad sobre el “comportamiento humano patológico” es irrisorio? ¿Alguien ha contemplado la posibilidad de que ese modelo no sea el idóneo, que no procede?
El observar varios enfoques es una característica que con frecuencia también se advierte como algo positivo, casi necesaria. La cuestión es que al hacerlo superficialmente (adentrarse en un enfoque concreto requiere de mucho tiempo y dedicación) uno puede acabar construyendo un engendro epistemológico, que a la postre puede dificultar encarar un caso de manera coherente, objetiva y subjetivamente. A este engendro se le llama a veces “eclecticismo”, como si la acumulación de técnicas fuera por sí misma suficiente y necesaria. Por lo menos se debe reconocer las dificultades que puede entrañar formarse de esta manera. Si se desplaza al ámbito personal la obligación de tal integración se cae en un argumento que va en contra de la defensa de ese tipo de formación, pues es ajena a ésta.
A menudo se subraya la importancia de desarrollar una especie de sensibilidad clínica, por haber observado diversidad de patologías, poblaciones y maneras de proceder. Yo lo veo problemático por las siguientes cuestiones: i) ver muchos pacientes no asegura ningún aprendizaje adecuado de lo que se observa; ii) la psicopatología utilizada en el medio hospitalario suele ser pobre (sólo hay que ver los informes psiquiátricos), por lo que si no hay formación explícita en psicopatología esto supone más un desaprendizaje; iii) el observar diferentes enfoques, de forma superficial, suele llevar a incoherencias epistemológicas graves, y a menudo no conscientes para el que las sufre.
Insisto en que todo esto ocurre en un medio psiquiátrico, con su política y tics particulares, por lo que, aunque nos encontremos con adjuntos psicoterapeutas la formación con éstos no equivale a formarse en esa particular escuela de psicoterapia. Si no, de qué íbamos a matricularnos paralelamente en escuelas, que van de 2 a 4 años de formación. Además de que ser un buen terapeuta no implica ser un buen supervisor, menos todavía si este convive también con las restricciones y presiones asistenciales típicas del sistema en el que se pretende formar al residente.
Los interesados en psicopatología y psicoterapia no pueden encontrar más que una versión adulterada (perversa en ocasiones) de éstas en un entorno psiquiátrico. Opinar esto suele activar las alarmas de los defensores del sistema PIR, como si fuera personalmente con ellos. Por lo que a mí respecta, nunca me identificaré con la residencia, un grado o un máster de psicoterapia particulares y, por lo tanto, seré libre de criticarlo a mi antojo. El pensamiento libre y crítico no es negociable en ningún caso.
Criticar todo esto no implica que la residencia no tenga también sus cosas positivas, que las tiene. La cuestión es valorar si es el entorno idóneo y si se dan los medios pertinentes para acabar formando a un especialista en psicología clínica, con conocimientos sólidos en psicopatología y psicoterapia (sea cual fuere las corrientes de ambas). Cualquier experiencia vital de 4 años, se dé donde se dé, puede ser intensa y reportar grandes aprendizajes; esto no puede ser un punto a favor de la residencia.
También tenemos la típica respuesta a cualquier objeción o crítica desde las trincheras PIRilies: “estás generalizando, hablas desde tu propia experiencia”. Por pasos. Cualquier análisis de este tipo requiere cierto nivel de generalización, necesariamente. El que no entienda esto está incapacitado para leer casi cualquier cosa que no sean diarios personales. Segundo, de todo lo que he dicho hasta ahora no ha habido ningún dato de mi experiencia como residente, que por cierto quedará para otra entrada. Lo que analizo aquí es una comparativa entre mis estándares sobre psicopatología y psicoterapia, con lo que se da, en general, en el sistema sanitario público. He estado en contacto con muchos residentes y he rotado por varios hospitales catalanes (concertados y públicos). Si algo de bueno tiene la residencia es que te permite comprobar, hasta cierto punto, y al menos en Cataluña, que todos los centros están sometidos a los mismos criterios de facturación y a presiones asistenciales similares. Sin contar por supuesto con los sistemas psiquiátricos donde nos formamos todos. Como interesado en la gestión sanitaria, me he ido fijando en todas estas cuestiones, recopilando además planes funcionales de varias unidades y preguntando a coordinadores y jefes de servicio sobre estos asuntos.
Por no acabar este epígrafe a la defensiva comentar lo siguiente: últimamente me da por pensar que, por querer entrar en el sistema sanitario, a imagen y semejanza de la medicina (psiquiatría), hemos perdido más que ganado.
Temas “secundarios”
Parte de mi frustración nace además por lo eclipsado que quedan otras cuestiones, para mí al menos, nucleares. Todos estos factores que he ido señalando me han preocupado y ocupado, y han tenido consecuencias personales que no esperaba. La cuestión es que los siguientes temas que listaré son los que de verdad anticipaba encontrar durante esta experiencia como residente, y que he tenido que acabar tratando por mi cuenta, y prácticamente en solitario.
Ética asistencial. No me refiero al código deontológico, ni a un curso de 3 días. Cada gesto y cada palabra en sesión tienen tintes éticos. Los siguientes temas en la lista tienen también implicaciones éticas muy importantes.
Necesidad o no de evaluar resultados y factores del proceso terapéutico. De forma personal, sin investigación formal asociada.
Responsabilidad sobre el cambio: terapeuta o cliente.
Formas de comunicación al cliente, la familia y entre profesionales (informe “médico”)
Integración en Psicoterapia: evitando o no el eclecticismo epistemológicamente ciego
Formas de supervisión del terapeuta novel
Currículo básico teórico del residente en psicología clínica
Diagnóstico psicológico/psiquiátrico
Corrientes de psicopatología
Conocimientos sólidos en Gestión hospitalaria/sanitaria
Ciencia e investigación (psicología básica, neurociencia, epistemología)
ETC.
Por supuesto, el haber tenido formación explícita sobre estas cuestiones sí que es algo más variable entre residentes y hospitales, pero me da que la mayoría si quiere adentrarse y profundizar en estos temas tiene que acudir a formaciones específicas (la mayoría costosas), al margen de sesiones clínicas y monográficos de turno. Habré pecado de ingenuo, pensando que todo esto era el meollo principal de nuestro trabajo como terapeutas. Aceptar que la formación en psicoterapia/psicología es infinita no implica dejar de reclamar que estos temas se traten lo antes posible durante el itinerario formativo, de forma reglada e integrada en la “especialidad”, y al margen de la psiquiatría. Seguimos postergando y desplazando las cuestiones nucleares a formación privada o personal, más allá del grado, MUPGS, la preparación del examen PIR y la residencia (recuerdo que pueden sumar en total más de 12 años de formación en total).
Formas de afrontamiento
Algunas de las cosas que he señalado hasta ahora son compartidas, al menos en mi entorno. Es difícil negar tanto despropósito, aun con la disonancia cognitiva que se sufre tras la superación del examen PIR, y cada cual escoge su forma de afrontamiento. Simplemente repasar algunas de las que he podido observar:
Identificación hospitalaria. “En mi centro no pasa esto”. La identificación con “su” centro ayuda a distanciarse de las condiciones no aceptadas a las que están sujetos otros profesionales y otras poblaciones, aunque estas estén delimitadas por líneas geo-administrativas invisibles. Recemos para que siempre trabajen en ese centro y para que no tengan ningún ser querido atendido en otros sectores.
Distancia sobre el que señala o denuncia. Puede tener forma de pseudo-cuidado, en el sentido de que se desplaza el problema a una característica personal del denunciante. “Adáptate. Es lo que hay. Cuídate. ¿Vas a terapia?” Eso puede generar más frustraciones, pudiéndole dar al “cuidador” una mayor sensación de control sobre lo que los dos viven. Toma la aceptación y adaptación como principales herramientas.
Identificación con un colectivo. La preocupación por defender ciertas ideas o posiciones es lo principal. Sería como “sí bueno, es verdad, pero mira esos”. Se conforman con lo identitario, reforzado por luchas con otros colectivos. El sentido de pertenencia hace de colchón psicológico para lo que se vive a diario.
Minimizar esa experiencia “personal”. Omite cualquier caso que no encaje con su teoría. No argumenta, sólo desprecia una opinión contraria. “Su” experiencia personal es la que cuenta. Es la mejor defensa posible; burbuja perceptiva ideal.
Claudicación personal. Salida igualmente legítima, tanto como las anteriores. Se reconoce honestamente la dificultad para cambiar lo que es un entramado sistémico complejísimo. Hace su trabajo lo mejor que puede; por lo menos no escurre el bulto.
En general, y como pasa en sesión, señalar directamente las fallas del sistema puede despertar defensas varias, sobre todo en la medida en que uno se identifica con ese sistema. Para evitar esto, algunos “dicen” proceder como una especie de caballo de Troya moderno, adaptándose al medio para poder, con el tiempo, modificar esas fallas. La cuestión es la siguiente: hay una fina línea que separa la adaptación de la asimilación. Uno acaba tan bien camuflado que acaba funcionando como un engranaje más de lo que en un principio detestaba.
Y por último una de las prácticas más socorridas (a menudo con la mejor intención) es la de “derivar” al denunciante a terapia personal. Lo explicaré con una parábola basada en una anécdota real: en una ocasión, una compañera psicóloga se vio atrapada en un ascensor, entre dos pisos. Algunas de las vecinas acudieron rápidamente a ayudarla, ofreciéndole alguna benzodiacepina como remedio para ese problema. Lo que en realidad quería mi compañera era que llamaran a los técnicos o a los bomberos. Señalar dificultades personales, que las hay y siempre, para asumir todo este despropósito que he descrito es otra manera de negar tal situación (al menos a ojos del que tiene esas dificultades personales).
Lo que cuida realmente a un terapeuta novel no es un análisis personal, es la misma infraestructura en la que está inmerso durante su formación. Llamemos a los bomberos y dejémonos de benzos.
Añado. En lo personal pasar por el PIR puede ser una experiencia muy dura e incluso perjudicial. En mi caso puedo decir que es la mejor formación en la que he podido participar a lo largo de mi vida, pero seguramente una buena parte del mérito no sea de la formación en sí, sino de las personas que me acompañaron durante la misma.
Creo que, en general puedo estar de acuerdo con la descripción de los síntomas (aunque algunos sean propios del sistema privatizado catalán) pero no con la formulación del caso.
Mi opinión: la formación PIR tiene un papel positivo en ese sistema podrido que describes. Por una parte tenemos lo más importante de la formación PIR que son los residentes.
Los residentes le hacen la vida un poquito más incómoda a aquellos supervisores que se han acomodado más al sistema y le dan energía a los adjuntos que han conseguido no quemarse y seguir trabajando por los derechos de los pacientes a pesar de haber pasado décadas en el barro del sistema. Me costó entenderlo pero este texto es prueba de…
Mi enhorabuena por esta carta, por el tono que muestras en debates por rrss y, en general, por el nivel de tu sitio web. Señalas árboles que no impiden ver el bosque.
Ánimo y quedo a la espera de nuevas entradas.
Rubén.